“Mi padre solía decir que los artistas mienten para decir la verdad mientras que los políticos mienten para ocultarla.” Evey Hammond (Vendetta)
Cuando una sociedad condena al ostracismo a sus artistas es señal inequívoca de su desmoronamiento estructural. El arte, lo reconocemos todos, cumple varios roles importantísimos en el seno de la cultura, preserva la memoria, recrea los sueños colectivos y fundamentalmente sirve como una especie de espejo sobre el que podemos mirar nuestras acciones para repensarnos. Los griegos que tenían esto tan claro, lo llamaban catarsis. Un efecto profundo que se suscita cuando, de alguna manera el arte nos devuelve una imagen proyectada, entre sombras y sonidos, de nosotros mismos; esto permite revisar nuestra pirámide de valores sociales e incluso nos despierta sentimientos tan necesarios en la vida social como la empatía, cuando vemos al personaje de la historia dramática o cómica, sin pensarlo mucho, también nos vemos a nosotros y esos juicios de valor nos hacen mejores seres humanos.
En el caso de nuestro país, hay un abandono continuo y un desbarajuste de toda la estructura social que ha llevado a que los artistas sean relegados, esto dice mucho de la sociedad en general y del desplazamiento hacia el espectáculo como eje de culturización, pero también del carácter y las intenciones de los dirigentes nacionales y regionales. Nos encantan los espectáculos, el show, la gran pantalla. Vivimos de escándalo en escándalo, pasamos de olla podrida a estercolero cada día en una cadena que ni los más exuberantes autores dramáticos pudieran imaginar.
Y en medio de ese trasegar están los artistas, seres de carne y hueso, de necesidades perentorias y de una difícil situación en que desarrollan su oficio. Ser artista en nuestra sociedad es paradójico. Hay una gran élite del arte, aquellos que han navegado las turbias aguas del mercado y ya sea por su posición social y sus enlaces o porque forman parte de la cultura del show, alcanzan estándares de reconocimiento y estabilidad económica, siempre a la salvaguarda de su vigencia en el show; pero otros, la inmensa mayoría, sufren, padecen un fuerte impulso que les conmina a vivir en el arte, a luchar contra viento y marea, pero cada vez más sin salidas en una sociedad voraz que todo lo tasa, lo estiliza, lo empaca y lo preserva para la venta.
El Ministerio de cultura en Colombia es el último en la lista, sus cabezas visibles no han podido gestionar un proceso cultural integrador de la cultura ni de la identidad colombiana, no ha logrado establecer unos mínimos de desarrollo como componente fundamental de la cultura ni de la sociedad. Es un ministerio asfixiado por la corrupción, como todos los demás en general, pero que no tiene un norte, porque sus dirigentes son solo aves de paso, sin más intereses que gestionar tal o cual proyecto personal que desde siempre han tenido en la cabeza; y si eso es en el ministerio, ni hablar en las regiones donde todo pende de esfuerzos y sacrificios personales, efímeros.
Hoy que nos agobia una pandemia, palabra traída de los libros de historia que siempre vimos tan ajena, tan lejana, volvemos los ojos y se nos devela la mentira social en que hemos vivido, una mentira que muchos se han negado a ver, como en la historia del traje nuevo del emperador. Una falsa acumulación de capital colectivo y un inexistente estado de mínimo bienestar.
Nuestros artistas necesitan un apoyo real del Estado y este apoyo no solo tiene que ver con dinero, tiene que ver fundamentalmente con la posición y el lugar privilegiado que deben tener; con la formación de talentos y el respeto de sus identidades. Tiene que ver más con los territorios y sus habitantes, que con el uso de “marca nacional” que se hace para favorecer demagogias pasajeras.
Sin embargo, No parece haber buen augurio en el corto plazo, los dirigentes nacionales y regionales no solamente son sordos ante tamaña necesidad histórica para recomponer el país, sino que no les interesa porque sus esfuerzos se encaminan a seguir construyendo sobre sí, sobre su imagen como auténticos redentores o simplemente se dedican al pillaje en cada oportunidad que tienen.
Parece que ante tal panorama queda solo la persistencia y la resistencia de aquellos que conformamos la ciudadanía, es decir aquellos conscientes de que el camino a una sociedad justa y digna es la construcción de seres humanos con capacidad de reflexionar, de imaginar y de sentir con el otro y por el otro, todo esto solo posible a través del arte, oficio de los artistas.
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