Por
Diego F. López Gómez
@ProfeDiegoLopez
Hace unos días,
mientras veíamos atónitos en la televisión, pero sobre todo en los perfiles
particulares de redes sociales y a través de mensajes en diversos grupos, como
policías arremetían con armas de fuego contra ciudadanos que estaban en las
calles manifestándose, surgió una conversación espontánea con conocidos, con
familiares y amigos. Rápidamente fueron surgiendo anécdotas y recuerdos no tan
agradables de diversos encuentros con policías en los que el principal invitado
era el miedo, el acoso y la extorsión, en todo caso, el abuso.
Ya en la
distancia, algunas anécdotas generaron risa por lo absurdas como el caso de
Manuel que de camino a su finca fue detenido por dos uniformados, que tras
solicitar coima para evitar un comparendo por luces opacas y él no tener
efectivo, tuvo que invitarlos a desayunar. Otras no tan risibles como la de
Leonardo, un muchacho que gana su sustento vendiendo productos que compra en
abastos y a quien un grupo de policías le decomisó su pescado por “transporte
inadecuado” y en la tarde vio a varios uniformados con bolsas de su producto. Estas por no mencionar los
casos corroborados de bandas al interior de la institución para delinquir o el
famoso caso de la comunidad del anillo que se dedicaba a la prostitución de sus
mismos integrantes; y aquellos en los que abiertamente miembros de la
institución han participado de casos de acoso y abuso sexual, torturas y homicidios
a sangre fría.
Es aberrante,
indolente y absurdo salir a decir que la policía no necesita una reestructuración
urgente; es absolutamente necesario que la policía recupere su rumbo, que se
especialice y pueda prestar el servicio ideal para un país que necesita de
manera urgente un cuerpo capaz de servir como mediador, de organizador cívico y
ciudadano, que genere empatía y seguridad en el amplio sentido de esa palabra.
Por supuesto hay
casos excepcionales de policías que se dedican al servicio de sus comunidades,
he tenido el gusto de trabajar de la mano de ellos en muchos procesos y doy fe
de su integridad; pero incluso ellos, en confianza, reconocen la corrupción al
interior de los mandos y sus compañeros; algunas personas han salido a
reclamarles a esos policías “buenos” que desenmascaren a sus compañeros
corruptos, sin darse cuenta de cuanto ponen en peligro su integridad y la de su
familia al intentar hacerlo, como le pasó al Lina Maritza Zapata quien denunció
la red de prostitución al interior de la institución y fue vilmente asesinada y
su caso silenciado, o el caso de Anyelo Palacios quien fue destituido por tener
el valor de denunciar y ahora afronta una gran persecución.
Me asalta la duda
sobre ¿qué pasó con la policía, otrora servicial, otrora parte de la comunidad?
En qué momento empezó a ser la institución un descampadero seguro para
delincuentes, dónde quedaron aquellos ideales con los que fue fundada en el ya
lejano 05 de noviembre de 1891 para unificar las policías departamentales y
municipales de aquella época, bajo el sentido patriótico y de protección civil.
En la
constitución de 1991 el cuerpo policial obtuvo un fuero especial, dadas las
condiciones de seguridad y conflicto interno colombiano; se daba la necesidad
de reclutar personal para atender como un servicio de gendarmería. Esto
confirió a la institución unos procesos de formación que se apartaron
rápidamente del servicio civil para atenerse más a una institución militar
plenamente dicha. Aquello tuvo mucha incidencia en lo que ocurre hoy. Luego, el
primer llamado es a la reestructuración del proceso de selección; el país ha
cambiado y debe seguir hacia un proceso de aseguramiento de la paz, por tanto
no puede seguir reclutándose a la topa
tolondra, sobre todo a quienes no tienen una vocación, sino una necesidad
imperativa de obtener un trabajo; ser policía no puede ser un trabajo más, su
formación debe tender al fortalecimiento de los procesos ciudadanos, la
protección de los derechos humanos y su restablecimiento en el caso de
vulneración.
Un segundo acto
necesario es la desvinculación de los fueros penales militares, dado que la
policía no está para combatir ningún enemigo, sino para atender necesidades de
ciudadanos y entender eso es primordial. Por lo anterior es lógico que la
policía pase del Ministerio de Defensa al Ministerio del Interior y se
desarrolle un proceso pedagógico a los uniformados, tanto a lo largo, ancho y
alto de la institución.
Finalmente, debemos hacer un gran esfuerzo para la reconciliación con la institucionalidad, pero eso no lo hacen los policías de a uno por más voluntad que tengan, lo debe hacer el Estado y el gobierno nacional al aplicar medidas serias contra quienes han manchado el uniforme y quienes siguen protegiendo una institución inadmisible en un Estad
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